jueves, 9 de febrero de 2017

BREVE HISTORIA DE LA FELICIDAD: PARTE 1




-REPORTAJE EN DOS PARTES-

En el interior del Parque de María Luisa se alza el antiguo edificio del Museo Arqueológico de Sevilla, dedicado a unos objetos muy determinados. Estas piezas, materializaciones de la abstracta Historia, poseen una sombra tan alargada que años, siglos o milenios después de ser abandonadas aún encontramos en ellas destellos de luz; y nos retrotraen a épocas ya muertas, pero que aún pueden ser vividas.

Lo primero que te preguntan cuando llegas a este museo es de dónde eres. Si les pides cambio para las taquillas, no tendrán, porque no cobran entrada. ¿Llega dinero al Museo? Fui varias veces y una de ellas había salas cerradas por falta de personal. Las recepcionistas me lo comunicaron con total amabilidad. Un salamantino se frustraba al saber que la sala de Prehistoria no podría visitarse aquel día. Ellas piden disculpas. Tiene que ser bastante incómoda esta parte de su trabajo: explicarle a cada persona que venga por aquí que salas importantes del museo no están disponibles. 

Ahora les pregunto yo si estarán abiertas para el viernes, contestan que sí, a menos que alguien enferme, o no pueda venir por algún imprevisto. No deben tener muchos recambios. Al subir a  la planta 1, un enterramiento femenino nos da la bienvenida.

Y el dolor de los familiares ante la muerte temprana de un ser querido, porque nunca se es lo suficientemente viejo como para morirse.

Estos días se ha inaugurado una exposición temporal sobre las mujeres en la Prehistoria. En ella se reivindica, por medio de un poético documental y una sala con restos y sus descripciones; el no sólo histórico, sino también prehistórico papel de la mujer en el mantenimiento del grupo y el desarrollo social, al ser las primeras transmisoras de conocimiento para las nuevas generaciones.

Y es que la investigación sobre la Prehistoria nos ha proporcionado un conocimiento profundo sobre las sociedades del pasado, pero en los textos sólo aparece el hombre prehistórico. Además, en cuanto a los restos arqueológicos que se van descubriendo, muchas veces no permiten asignar las actividades a uno u otro sexo, derivando en un recurso al neutro masculino que invisibiliza a la mujer a lo largo de los siglos. En multitud de ocasiones, el sexismo incluso ha contaminado investigaciones arqueológicas, al dar diferentes interpretaciones a enterramientos con los mismos elementos (un collar, una punta de lanza) según la identificación sexual del cadáver. Todo esto ha desembocado, a partir de los años 70, en el surgimiento de nuevas corrientes de estudio que se preguntan dónde estaban las mujeres en la Prehistoria y qué hacían.Ya al principio de los tiempos, tanto la reproducción como la dependencia directa que los hijos tienen de sus madres hasta que se pueden alimentar solos, vincularon a la mujer con el trabajo interno. Esta condición, sumada a los caminos por los que discurrió la cultura humana, les fue alejando del empleo externo, el cual además se asoció a unos mayores méritos.

En la primera planta del museo se presenta la exposición del tesoro del Carambolo. Las reliquias de oro son una imitación calcada del original, pero en una alineación más barata. El tesoro real, aunque sí que es cierto que ha sido contenido por las vitrinas del Museo Arqueológico durante un tiempo, ahora no se encuentra disponible al público, sino en la Cámara Acorazada del Tesoro Nacional.

Cambian los tiempos pero las emociones que forman parte del ser humano serán siempre las mismas.

Cuatro eras se han sucedido y por ellas ha pasado la vida, fortaleciéndose, desintegrándose, conservándose y evolucionando, nunca plena y nunca derrotada, en una peculiar danza con la muerte. Primero fue el Precámbrico, donde se desarrollaron las formas de vida más simples; luego el Paleozoico, época decisiva al conquistarse la tierra firme; pasando por el Mesozoico, reino de los dinosaurios; hasta llegar al Cenozoico, en el que los mamíferos han usurpado el trono.
El Cenozoico se subdivide en Paleógeno, Neógeno y Cuaternario; y éste último se puede partir a su vez en Pleistoceno (aparecen los primeros especímenes del género Homo) y Holoceno, período  en el que nace la civilización y se escriben estas líneas. Y la pregunta es, una vez que el ser humano no esté, ¿qué marcará los periodos de la Historia terrestre? ¿Será un Holoceno casi infinito hasta el apocalipsis, al igual que no se subdividen prácticamente los primeros años de la tierra? Nuestra visión del tiempo es como un muelle que estiramos sólo en una mínima parte de su espiral: la más próxima a nosotros.

El museo se articula cronológicamente. La visita comenzaría en el sótano, que marca el punto de partida en el Paleolítico, y continúa en la planta baja, a partir de la transcendental visita de los colonizadores romanos. La revolución neolítica fue quizás la mayor en la historia de la Humanidad: cuando pasamos de vivir de lo que la naturaleza ofrece a lo que la sociedad produce. Se inicia así el proceso histórico según el cual las naciones se van desarrollando y complejizando, mientras de forma paralela las élites y gobiernos aumentan su poder. Aunque las sociedades tribales tenían líderes y estaban ya jerarquizadas, en realidad las condiciones de vida eran modestas y relativamente iguales. Pero los sucesivos avances en el desarrollo (descubrimiento de nuevas técnicas o territorios, conquistas, progreso científico y económico) producirán un mejoramiento sosegado del nivel de vida de las clases bajas, y a la vez un espectacular aumento para las altas: sus riquezas y poder se multiplican. En estas estructuras de continuo aumento, va dejando paso la colaboración a la servidumbre. El mismo fenómeno fue muy palpable en la sociedad romana. Las conquistas y éxitos apenas repercutían en el día a día de los plebeyos, por lo que muchas veces provocaron enojo popular y sentimiento de desunión, incluso conflictos sociales.

La Edad del Cobre es el verdadero punto fuerte de la Prehistoria sevillana, con Valencina de la Concepción como uno de los poblados más importantes de esta época. Es ahora, en la Edad del Cobre o Calcolítico, cuando se produce el desarrollo de poblados al aire libre.
Los ídolos de esta época que muestra el museo son una manifestación clara de la temprana consciencia del hombre sobre la existencia de fuerzas ajenas a él, que le superan y de las que su vida depende. Diversas culturas le han dado muchos nombres y explicaciones míticas a lo largo de la historia a estas fuerzas, que para algunos son simplemente las leyes de la ciencia y la imprevisibilidad (amoralidad) del azar. ¿Aceptar sin más una vida dura y caprichosa? ¿No pensar en algún mundo mejor que vendrá tras la muerte; que lo que existe pertenece a un plan consciente y medido, al menos a la pequeña escala de nuestras propias vidas?

La llegada de los colonizadores fenicios constituyó un momento clave para el crecimiento de la población bética. En las salas dedicadas a los Tartessos (cuyo reino fue descrito en textos griegos y romanos, pero el explorador Jorge Bonsor nunca pudo encontrar); una jubilada alemana saca una foto a una ánfora. “Quiero enseñarle a mis nietos que una planta no necesita mucho para crecer”, dice. Le dan la razón unos tímidos tallos, colgando de la superficie lateral de la vasija. Puede que la luz artificial, la tierra y los minerales sean suficientes para que resista la planta, reseca pero en pie. “Me faltan muchas palabras”, se sincera mientras busca equivalencias de significado en un traductor on-line para comunicarse conmigo. No deja de ser curioso que una persona que no sabe el idioma sea casi la única que lee los carteles explicativos. El resto de la gente no suele detenerse. Quizás sea el lenguaje de la arqueología el que no conocen. “Ahora hay tiempo para viajar (…) he hecho la ruta del Quijote. Los pueblos…los árboles de hojas doradas, son lo más bonito”. Dicho esto, se marcha, sujetando su tan útil traductor con ambas manos. Así son los árboles en otoño, pero ya ha pasado y queda poco para la primavera. Florecimiento. El de dos culturas originalmente tan distintas como la tudetana y la ibérica fue su disolución en la poderosa identidad y cosmología de los conquistadores romanos.


Epitafio 1
“Consagrado a los dioses Manes. A Marta Ninfa, hija de Quinto, mujer de Marco Aurelio, que vivió 45 años de edad. Sus hijos dedican este monumento a su piadosísima madre. Te ruego caminante digas: sea para ti la tierra leve”.


Desde el Paleolítico, el hombre peninsular había vivido junto a los caballos, pero es con la llegada de los romanos cuando pasa de ser un simple animal de ayuda, eminentemente práctico, a algo mucho más transcendente. Se crean lugares-santuario para estos animales, valiosos en tiempos de paz y guerra, y a los que diversas leyendas daban protagonismo como portadores de las almas de los hombres tras su muerte. En la zona dedicada a la vida romana, tras absorber ya las culturas precedentes, hay esculturas, mosaicos a las diferentes estaciones y una vitrina con objetos de trabajo; despreciados en su día por ellos, estudiados hoy por nosotros. Los romanos consideraban a las ocupaciones manuales (el duro trabajo de campo, la minería, etc.) como algo despreciable, propio de plebeyos y esclavos, mientras los caballeros se dedicaban al ejército y a la política. 




También contamos con una muestra de juegos de azar, a los que eran muy aficionados, sobre todo si hablamos de dados, que aquí se exhiben con diversas formas, tamaños, estructura y número de caras.  Percibimos también el gusto por lo colosal en la estatuaria romana, partiendo siempre del arte griego, pero con sus dimensiones aumentadas para acercarse a lo sobrenatural. En tiempos de Augusto se inicia el proceso de "monumentalización" de las ciudades hispanorromanas, colocando divinizadoras (y por tanto, entre otras cosas, gigantescas) estatuas de los emperadores en los espacios públicos.


                                                                        Epitafio 2
“Consagrado a los dioses Manes. Dasumia Procne, de 40 años, cariñosa con los suyos, aquí yace. Sea para ti la tierra leve”.

En la sala de dioses, héroes y mitos; destaca, tanto en lo que respecta a su posición dentro de la sala como por su belleza intrínseca, la estatua formidable de Mercurio, mensajero de Zeus y patrón de viajantes y comerciantes, con alas en sus pies. Seguimos nuestro recorrido con una pequeña parada por el mundo de la cerámica, de tanta importancia por su ayuda en la conservación de alimentos en sociedades antiguas. Su calidad y variedad artística llega de la unión en el arte romano de unas raíces profundas (Grecia) con influencias de todo el mundo conocido (progresiva adopción de nuevas técnicas orientales).


Epitafio 3
“Aquí yace Valerio Laurentino, de 35 años de edad, séate la tierra leve. Valeria Lychnis, su madre, levantó esta memoria.”

Es bien sabido que los romanos contaban con una cultura religiosa integradora y ecléctica, sin la severidad del cristianismo que dominaría Europa en la Edad Media: varios nombres para mismas diosas, culto a dioses foráneos como la egipcia Isis… En cada hogar romano se practicaba una religiosidad privada, familiar y totalmente libre. Se buscaban incluso divinidades para funciones muy concretas, prácticas; por ejemplo la protección. A pesar de la tolerancia aquí descrita, los cristianos fueron perseguidos porque esta nueva religión negaba la validez de cualquier otro culto y además rechazaba el del Emperador, minando así las bases mismas de la sociedad imperial.

Convivían con la religión el misticismo y la superstición, como se aprecia en la estatuilla en bronce de un genio familiar expuesta aquí. Representaban los espíritus de los antepasados, que no se habían ido del todo y protegían la casa. Otro claro ejemplo es la tablilla con hechizos y maldiciones para arrepentir a los ladrones, procedente de Itálica. Se colocaban en lugares públicos con la esperanza de que éstos, con la sola visión del maleficio escrito, devolvieran lo que en su maldad habían robado.

                                                                            Epitafio 4
Pasajero: Romulesia, de nueve años de edad, aquí descansa”.

Nunca se sabe lo que será positivo en el futuro: las terroríficas erupciones que sepultaron Herculano, Pompeya y Estabia permitieron la preservación de la ciudad bajo su manto, hasta los más ínfimos detalles. Muchos de los datos que tenemos de los romanos y su vida cotidiana proceden de allí. Un dato curioso, aunque de gran patetismo, relativo a las costumbres romanas, es que en un convite fuera del agrado general que uno se atiborrara hasta reventar, como muestra de agradecimiento al anfitrión por la comida que había ofrecido; incluso se vomitaba, para luego comenzar de nuevo. Esta costumbre estuvo muy extendida entre los romanos. 

Llevar anillo era un privilegio que distinguía a los hombres libres de los esclavos, además de su utilización como sello y firma. El anillo como elemento de identificación personal, autentificación documental y ubicación social. Y es que la romana era una sociedad profundamente jerarquizada, había esclavos y libres. No podemos hablar de meritocracia, pues el nacimiento condicionaba la vida del individuo. Si eras esclavo y alcanzabas la libertad, podías intentar acumular riquezas, pero desde luego seguías privado de derechos políticos. Los esclavos eran considerados como animales o cosas, y no se apreciaba su derecho a la vida; mientras que los patricios, clase dominante, se tenían por descendientes de los fundadores de Roma. Los núcleos familiares no se libraban de esta jerarquización casi militar, organizadas alrededor de la figura del pater familias; a la vez jefe, juez y sacerdote familiar. Tenía derecho a la vida y muerte de su esposa e hijos, pudiendo venderles como esclavos. 

Los éxitos militares fueron solidificados en el tiempo gracias a un complejo sistema legal, destinado a unificar y controlar los territorios; que posteriormente se convertiría en la base principal para el derecho europeo. Además, el mandamiento no escrito del dominio romano fue "divide et impera"; divide y vencerás. Al contrario de lo que pueda parecer en Astérix y Obélix, los galos contaban con superioridad numérica. Les derrotó su desunión. La gran vía de comunicación entonces no era el WhatsApp, sino el Mediterráneo, llamado con cariño en la época como Mare Nostrum.


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